A fines del año 2.000 así como en 1995 en dos meses decidí
que quería fiesta de 15 (lo cual casi enloquece a mi madre), en los albores del
nuevo siglo, en un par de semanas decidí que sí aceptaba lo que me proponían
desde el Británico: hacer un viaje de estudios a Londres.
“Hija del rigor” es uno de mis tantos nombres y así como solía estudiar muy poco antes de rendir (aunque meses antes hubiese preparado bibliografía y demás) así, igualita, me comporté con el viaje.
“Hija del rigor” es uno de mis tantos nombres y así como solía estudiar muy poco antes de rendir (aunque meses antes hubiese preparado bibliografía y demás) así, igualita, me comporté con el viaje.
El polaco Thomas me ubicaba en el mapa de Polonia y yo, en el de Argentina... ponele |
Cuestión que a fines del 2000, ya con un año y casi medio de
“Traductorado en inglés” en la UNLP
y un primer año en “Comunicación Audiovisual” (Cine) en Bellas Artes, yo, que
acá era aún menor de edad, preparé las valijas y me fui solita a aquel lejano
país con el que tanto había soñado… sobre todo después de tantos años de
estudiar su lengua y con los pocos pero grandes saberes que me había dejado
aquel año en la facultad de humanidades. Viajaba para ser mayor de edad en
muchos sentidos: allá sí lo era porque el mayorazgo empezaba a los 18 (como
ahora acá) y porque sin saberlo en aquel entonces del todo, sería un viaje que
cambiaría bastante mi vida.
Viajé por Swiss Air y por supuesto me guardé muchos recuerditos |
Viajaba sola, pero allá me esperaba una familia de la que ya
había recibido carta – todavía acá en aquel entonces los mails no eran tan frecuentes
o comunes- y en realidad sólo sabía su apellido y algunas mentirillas que más
tarde descubriría. Me acuerdo se habían presentado – vía carta, vía EF- como
una familia compuesta por madre, padre y tres hijos (el más grande ya en la
universidad, o sea, no en la casa), trabajadora y con unos hobbies que
terminaron siendo no tan ciertos (o al menos comprobables) pero para mí
sumamente alentadores: decían ser actores en sus tiempos libres lo cual para mí,
entusiasta estudiante de los primeros años de cine, me resultaba más que interesante.
Pues no sé, jamás lo pude comprobar porque lo que sí eran los Sanghera (el
apellido de la familia, lo cual ya daba la pauta que muy ingleses puros no eran
sino hindúes) era muuuuy trabajadores. Me acuerdo me recibieron en su modesta
casa (por fuera hermoooosa) muy amablemente y después los habré visto un par de
veces más nada más. Era una familia de clase trabajadora, trabajadora, tanto
que sólo estaban de noche y para dormir. Sí estaban más seguido sus hijos
menores: un nene que iría a la primaria y lo recuerdo más que nada cuando llegué,
un día soleado de invierno pero muy frío y él andaba como loco correteando en
el patio de la casa como si al sol hubiese que festejarlo, y una adolescente de
16 años. Una genia total, muy macanuda y se nota muy acostumbrada a tener
extranjeros en su casa.
Mi primer y última estadía en un hostel. "Castle Rock" en Edinburgh (ó "Edinbraaaa" como nos enseñaban a decir) |
En la casa de los Sanghera pero en otra habitación, ya había
dos taiwanesas y más tarde esa misma semana se apareció mi compañera de cuarto
que resultó no era colombiana como me habían dicho sino brasilera. Y sí, esa es
la idea de geografía que tienen de América del Sur o Central… un poco como si a
mí me preguntan de África: es todo lo mismo. Un horror pero una realidad.
Sí, no se entiende nada... pero estos son los garabatos que me dejaba la dueña de casa cuando por ejemplo llamaba "Loiana" (o sea Luana) y yo no estaba en la casa |
¡Qué loco convivir con tantas culturas! Más allá de varias
cosas que sentí en el momento, es el día de hoy en que las recuerdo y me sigo
maravillando o pienso qué distinto sería si hoy volviera a hablar con ellas
como en aquel entonces. Uno crece y crece también la mente… pero bueno, en
aquel entonces yo tenía 20 años y de los 20 años más adolescentes que adultos. Así
y todo no puedo olvidarme la impresión que me causó ser recibida por la dueña
de casa, una señora de unos 40 y pico de años quizás, de tez morocha, pelo bien
negro y largo, vestimenta “extraña” y hasta ese cosito que se ponen los hindúes
en la frente. ¡Me estaba recibiendo Manyulas la esposa de Apu de Los Simpsons! Ni
me acuerdo el nombre, sólo que era muy cordial y formal y tenía ese acento inglés
extraño que aunque no seas inglesa te das cuenta que es bien de extranjero… era
una mujer de India hablando inglés. Te dabas cuentas. Me daba cuenta yo con mis
20 años.
esa necesidad de tener todo en Inglés pero por las dudas, también llevarla la versión en español. Por las dudas, vio. |
También me acuerdo ese mismo día cuando me presentó a las
taiwanesas del otro cuarto y yo, 100 % latina, me acerqué a saludarlas con un
beso y bien a propósito para resultar más cálida, hasta casi las abracé dando
palmaditas en la espalda. ¡Por Dios! ¡Por Alá! Entre esas risas típicas de los
orientales (chinos, japoneses, esos orientales) no les daban las manos a esas
pobres chicas para sacarme de encima de ellas. Y bueno, fue así que aprendí que
a ellas, al menos hasta conocerlas un poco más, sólo debía saludarlas con un
asentimiento de cabeza. ¿Cómo no había aprendido la lección de la Señora Sanghera que hacía unos
minutos me había saludado de la misma forma en la puerta de su casa?
Ahora tengo uno mucho más moderno, pero éste pequeño libro fue de mucha ayuda |
Algunos de los chicos que conocí y me dejaron sus direcciones postales o de email. Lo de la taiwanesa: sin palabras. Justamente, sin palabras. |
Con el tiempo aprendí a tratarlas como querían y a notar las
grandes diferencias culturas que teníamos, además de la barrera del lenguaje:
una de las taiwanesas (que por supuesto tenían además de su nombre en chino –
en Taiwán hablan chino, eso lo aprendí ahí- tenían uno inglés) en fin,
una de ellas hablaba un poquito menos que yo el inglés y la otra directamente
se ve que estaba en nivel 0 porque no entendía un pomo. Cuando llegó mi
compañera de habitación, la brasilera, me desilusioné un poquito… al menos
Colombia me despertaba más interés, me resultaba más “exótico” que una brasuca
vecina! Isabella se llamaba y su plan no era el viaje de estudios sino pasarse
de joda en joda lo cual le resultaba difícil porque, aunque en aquel entonces
una libra de ellos para nosotros era un poco menos de dos pesos (ahora tengo
que calcular una libra = $17!!!) la vida en Inglaterra siempre fue famosa por
ser cara y nuestros presupuestos no eran los mejores… mucho menos para vivir
enfiestada. A Isabella tuve la mala idea de decirle, en ese afán de hacernos
las: ¡somos hermanas! ¡Brasil, Argentina.. Argentina, Brasil!, le dije entonces
que me hablara en portugués que “era lo mismo”. ¡Para qué! No sé qué me hacía
la portuguesa siendo que si existe un idioma latino que no entiendo nada es el
portugués! ¡Y cómo hablaba Isabella! Me hablaba rápido y sin parar, y
aprovechando esa mentira que le dije, se obviaba de practicar el inglés – del cual
sabía muy poco- y me parlaba todo el tiempo en brasuca y yo no le entendía
nada. Me acuerdo de decirle en inglés: “Por favor Isabella, decímelo en inglés
que no te entiendo”. Ella se reía, no compulsivamente como las taiwanesas, pero
bien como estereotipo de brasilero: un ser humano feliz y de joda full time. Igual
no me hacía caso. En ese mismo viaje y conociendo otros brasileros, entendí que
ellos nos entienden mucho más de lo que nosotros a ellos. No sé por qué, pero
es así. Ellos se acercaban a las charlas que hacíamos los argentinos y hasta se
reían con nuestros chistes, pero si yo – o cualquier otro de mi país- quería
integrarse a una charla en portugués, no entendía nada. Eso aprendí…
Eso y mucho más, porque si hay algo que fue el viaje fue:
multicultural.
Claro que estaba lleno de argentos de diversos rincones del
país, pero también había chilenos, brasileros, polacos, alemanas, suizos,
italianos, japoneses, chinos, finlandeses, etc.
Nos encontrábamos todos en las clases que teníamos en el
colegio al que asistíamos todos. Cada uno con su grupo, de acuerdo a nuestro
nivel de inglés, del cual habían dado cuenta los capos del lugar tomándonos una
prueba el primer día de llegados.
así me despedía mi familia en 2001 |
¡Qué viaje maravilloso! Tan lindo conocer tanta gente tan
diversa, de diferentes edades, países, culturas… una experiencia que no me
arrepiento haberla hecho a esa edad y que recomiendo a otros y deseo, ojalá
puedan hacerla.
Claro que también tuvo sus contratiempos: allí, en pleno
subte de Londres en mi primer día allá, conocí lo que es tener un ataque de
pánico. Mi primer ataque de pánico, miedo… que por supuesto tuve que resolver
como me salió: sola, calmándome, tomando las riendas que sólo yo tenía y así
salir adelante. Hoy ante eso mismo, hubiese tenido que tomarme un calmante! Resulta
que mi explosiva primita dos años menor y que ya hacía una semana estaba en
Inglaterra (en Cambridge más precisamente, donde yo voy a ir ahora) se me había
aparecido en la casa de los Sanghera el mismísimo día que yo había aterrizado,
con todo el jet lag encima y así con todo su exalte me había sacado a recorrer
Londres junto a un amigo alemán que nos obligaba a comunicarnos a nosotras
primas, en inglés. Fue memorable: conocimos el museo de cera, caminamos por
miles de calles ida y vuelta… pero claro, todo con el empuje del alemán viajado
que conocía al dedillo Londres. El temita fue cuando nos despedimos y me
dejaron sola en una parada de subte y así, sin mapa, sin idea de barrios ni
noción del espacio en general, me tuve que volver a mi casa londinense. Todavía
me recuerdo mirando los mapas de la estación de subtes y tratando de recordar
cuál era la parada donde me tenía que bajar. Recuerdo el miedo, ese que bloquea…
el desconocer. El sentirme sola. Pero así como los niños son más intrépidos, yo
más joven, yo a los 20 años (suena grande pero yo era flor de boludaza que vivía
con papá y mamá, no trabajaba y no entendía nada de nada de la vida en general)
así de repente, después del lapsus que casi me lleva a las lágrimas, me
sobrepuse y me agarré de la súper mano que te dan los ingleses con su tan
organizado y señalizado sistema de metro/subte y no sé cómo, llegué a la casa
de los Sanghera lista para la cena hindú a las 6 de la tarde. Cosa que después
no repetí más de una vez porque su comida era muy, muy picante para mi paladar,
y porque yo no podía darme el lujo de terminar mi día en Londres 17.30 con todo
lo que tenía por conocer.
Fue cuestión de tener mi primer día de clases para llenarme
de nuevos amigos con las mismas ganas mías de conocer la ciudad más que de
estudiar inglés. Tanto es así que más de una vez decidimos obviar algunas
clases del colegio para poder llegar a tiempo a algún museo o tienda de ropas. Al
fin y al cabo, practicaba mucho más mi inglés en esos grupos multilingües que
por más que tuviese hispanoparlantes nos obligaba a hablar en inglés para
entendernos con los otros de otros países. De paso, me servía también para
entender un poco mejor a las chilenas, al español o a esos otros países
hermanos que hablarán el mismo idioma pero no siempre son fáciles de
comprender.
¡Qué maravilloso Londres! ¡Qué ciudad tan grande, tan llena
de cosas por ver, por conocer!
Caminé por Notting Hill aún sin haber visto la película que
por aquel entonces no era tan vieja; visité la Torre de Londres, el puente; el Museo Británico, la Galería Nacional de arte; el
Museo de Victoria y Alberto, la
Abadía de Westminster… me metí en Harrods, me deslumbré con
tiendas que en unos años acá fueron furor (del estilo “todo por dos pesos”
bijou) pero que por aquel entonces me resultaban rarísimas con sus estantes
llenos de pulseras, anillitos, collares y carteras bien berretas o de plástico
pero perfectamente ordenadas por colores.
Un fin de semana incluso fuimos con un grupo a Edimburgo,
Escocia. Un día solo nomás, pero suficiente para respirar esa ciudad tan
medieval, con sus empedrados y calles con subidas y bajadas… me acuerdo de
mirar hacia arriba, sobre una colina, desde la misma vieja ciudad, el gran
Castillo, e imaginarme sin necesidad de mucha abstracción la corte de algún rey
o a esas mujeres con polleras amplias y largas bien típicas de la
Edad Media. El viaje a Edimburgo que fue
corto y del cual no sé qué fue más bello: conocer la ciudad en sí o recorrer en
tren durante varias horas observando ese paisaje tan diferente al nuestro, con
pastos “verde inglés” (como ya me había dicho mi tía) tan prolijito… con esas
ovejas blancas o negras bien grandes y esas casitas tan de la campiña inglesa,
tan de cuadro.
Sin lugar a dudas mi viaje fue genial. La gente que conocí,
los lugares que visité… pero ahora soy otra. Releo mis anotaciones (porque
antes no tenía blog pero siempre tuve diario íntimo o agenda para escribir todo
y más) y vuelvo a viajar pero ahora con otras inquietudes. Hay cosas que
necesito volver a ver con esta mirada y esta mente 14 años más grande. Otras quizás
sólo queden en mi memoria con esas imágenes que tomé o rescaté a los 20.
Hermanita me convenció que no gastara plata en un hotel en
Londres, que puedo ir desde Cambridge, así como hacía mi prima Luana, con un
viaje de no más de una hora.
Claro que no es lo mismo, claro que no creo ir tantos días…
esta vez no serán los horarios de clase o las horas más cortas de aquel
invierno del 2001 las que acorten mis días en Londres, pero sé que a esa gran
ciudad, esa gran Metrópolis voy a volver.
Si se tiene la suerte, como la tengo yo ahora con Londres, a
las grandes y magníficas capitales europeas, siempre hay que volver. Porque jamás
se acaban, porque jamás se terminan de conocer… y porque así como no es lo
mismo leer un libro o ver una película de niño y luego leerlo o verla de grande,
no será lo mismo (o el mismo) “mi” Londres del 2001 con éste del 2015.
… ahora al menos me puedo sacar selfies ;)